Gonzalo Cortés Olea
Psicólogo Clínico
Magíster en Psicoterapia

El miedo, es una de las emociones que sentimos, más comunes y presentes. En mayor o en menor medida, es un factor recurrente en nuestras vidas que, ya sea por grandes eventos, o por pequeños contratiempos que se presentan en nuestro diario vivir, surge y muchas veces, actúa como una muralla que detiene las acciones que queremos realizar porque, por este “miedo” no podemos avanzar, simplemente, no nos atrevemos a tomar decisiones y traspasar esa muralla.

Reconociendo el miedo

Como mencioné anteriormente, el miedo es una emoción común, pero a veces, aunque sea fácil de percibir y sentir, es muy difícil tomar real conciencia de que se tiene miedo de algo o de alguna situación. Esto es debido a que, casi siempre, tratamos de evitar las situaciones o acciones que nos producen esta emoción. Enfrentar un escenario que provoca miedo va en contra de nuestros “instintos” podríamos decir, por lo tanto, dichas situaciones, contextos o acciones, generalmente las aplazamos o evitamos lo más posible. Por lo tanto, el contacto que nos permitiría desafiar o superar ese “miedo” en específico, raramente lo tenemos, ya que nosotros mismos, somos expertos en evitar, instintivamente, situaciones que nos parezcan problemáticas.

Miedo como la frontera a superar

El miedo generalmente supone experiencias ya vividas como desagradables, peligrosas o simplemente desconocidas. Puede que tan solo con vivir una experiencia que sea categorizada en las listas mencionadas (desagradables, peligrosas o desconocidas), sea suficiente para que dicha experiencia la almacenemos como un factor generador de miedo. Pero es ahí cuando se tiene que prestar especial atención.

Cuando hablamos que, por una sola experiencia negativa, o pocas, o simplemente por imaginar una experiencia como negativa, sin haberla vivido antes, sentimos miedo, nos da la oportunidad de evaluar y reflexionar sobre la naturaleza de dicho temor. Con esto me refiero a si éste, es más un fenómeno de nuestra imaginación acerca de una posible futura mala experiencia (imaginar un evento catastrófico) que una experiencia vivida realmente.

 En muchos de estos casos, una vez experimentada de primera mano la experiencia real, y comparada con el supuesto catastrófico que nos habíamos formulado anteriormente, vemos que la realidad no era tan fatalista como nosotros mismos nos la autoimponíamos, por lo que el miedo deja de estar presente en esa experiencia, cambiando lo que pensábamos que era, por lo que realmente es y significa para nosotros.

Reflexionando sobre el miedo para establecer objetivos y límites

De esta forma, si profundizamos un poco más en el tema, podremos aprender a trabajar nuestros miedos, a través de dos apreciaciones:

Reconozco mi miedo a algo, pero quiero hacer ese algo: Para este primer punto, es necesario que hagamos un reconocimiento y una introspección acerca de nuestro miedo y de las cosas de las que nos está privando.

Pensar, si eso que no podemos disfrutar o acceder por miedo, nos dará un beneficio que superará el costo de enfrentar dicho miedo (los peligros, dificultades, ansiedad, etc.). Ese análisis nos dará la información que necesitamos para tomar la decisión de enfrentar dicho miedo, porque vemos que éste, una vez superado, presentará más ventajas que desventajas (por supuesto siempre evaluando los riesgos y conveniencias). Un ejemplo sería el miedo a cambiar de trabajo: muchas veces lo conservamos, aunque ya no nos realice, por temor a perder la estabilidad, pero a través del análisis, puedo evaluar si el cambio me puede permitir encontrar ventajas como obtener mayor motivación, satisfacciones profesionales o proyecciones de desarrollo. Este pensamiento me permite resolver si me conviene enfrentar el miedo y de a poco, superarlo, logrando enfrentar nuevos desafíos aun saliendo de la zona de confort. Por supuesto, cada caso es un caso, este es solo un ejemplo.

Reconozco mi miedo y no quiero o no me interesa experimentarlo: Es muy válido y necesario también, darnos cuenta de que algunas cosas que tememos, no queramos enfrentarlas o superarlas, debido a que, para nosotros, pueden representar algún peligro. Puede ser una experiencia que traiga más pérdidas que ganancias, o simplemente no es una experiencia de nuestro gusto. Esto es muy importante, porque al reconocer nuestros miedos y poner límites a lo que estamos dispuestos a enfrentar, se establecen nuestros propios intereses, particularidades y bienestar. Un ejemplo sería una persona que la invitan a hacer paracaidismo, esta reconoce el miedo que tiene a esta actividad y marca el límite de no participar, de no enfrentar ese miedo, porque simplemente, no le interesa pasar por esa experiencia.

La dificultad se encuentra precisamente en el limbo que existe entre estos dos puntos. Cuando el miedo que sentimos, nos dificulta tomar decisiones, muchas veces no sabemos distinguir, si una experiencia pertenece al primer punto o al segundo, y por supuesto, ante estas dudas, siempre es recomendable hablar con amigos, familia o profesionales, quienes nos pueden ayudar a encontrar y dilucidar nuestras propias respuestas para perder el miedo al miedo.